filosofia asturias
Juan Vázquez de Mella
 

Luis Infante

Precisiones al recuerdo de Vázquez de Mella

Hay que agradecer al señor Ignacio Iglesias que dedique un recuerdo a don Juan Vázquez de Mella («La Nueva Quintana», La Nueva España, 4 de octubre). Es de toda justicia incluirlo en la serie «Figuras del asturianismo»; en realidad, el asturianismo político moderno es creación de Mella.

Los conocimientos del señor Iglesias sobre Vázquez de Mella y el carlismo son todavía incompletos, por lo que se deslizan algunos errores que trataremos de corregir aquí.

Ciertamente Mella «supo defender los intereses asturianos», pero no «desde posiciones cercanes al carlismu», sino desde el carlismo mismo. Si al final de su vida Mella rompió la disciplina de la Comunión Carlista desobedeciendo al rey don Jaime –de eso nos ocuparemos después–, eso lo convirtió en carlista díscolo, pero no en ex carlista.

Pero esa indisciplina no se había producido aún cuando Vázquez de Mella fundó la Junta Regionalista del Principado. Sus elementos principales fueron siempre carlistas, aunque, en beneficio del ideal regionalista, se permitió la presencia de integristas (otra rama desgajada del carlismo), mauristas e independientes. Muchos de ellos volvieron al carlismo en este proceso.

Las «firmes convicciones morales» y la oposición de Mella «a los proyectos "antirrelixosos"», sobre los que el articulista pasa como de puntillas, son en realidad el eje de la labor y de la vida del político cangués: su catolicismo a machamartillo, su defensa de la unidad religiosa de las Españas. Con motivo de la visita de Juan Pablo II a Asturias, el Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella hizo llegar a Su Santidad un ejemplar de la obra de la que Mella se sentía más orgulloso: su «Filosofía de la Eucaristía». Y es que, en feliz definición, Mella fue «el teólogo seglar de más segura ortodoxia que ha producido España».

El señor Iglesias acierta bastante bien con las características de la Monarquía que defendía Mella, que era la que siempre ha defendido el carlismo. Sólo una precisión al respecto: no tanto «respetuosa cola tradición cristiana y europea», cuanto parte esencial de esa misma tradición cristiana y, por lo tanto, antieuropea. Mella dedicó páginas memorables a explicar cómo Europa y las Españas se forman en la historia la una contra las otras, como dos vocaciones antitéticas.

Mella no defiende la autonomía sino la autarquía, término mucho más adecuado jurídica y etimológicamente. Desde luego, a pesar del articulista, no «fizo por convertir el fuerismu en rexonalismu»: los fueros no son sólo regionales; pueden ser individuales, municipales, gremiales, universitarios... El fuerismo representa la concepción tradicional de la sociedad y la potestad, en la que no existe un Estado que todo lo abarca. Fuerismo se contrapone a centralismo, en cualquiera de sus formas.

En este último punto el señor Iglesias vuelve a equivocarse. Mella contrapone el regionalismo nacional, que defiende, al nacionalismo regional, que ataca como una forma más de centralismo. Cuando defiende la restauración de la Junta General del Principado, como siempre hizo el carlismo, no pretende un «Parlamentín» regional, porque sería –es– antitradicional y falso. Mella es radicalmente antiparlamentario. La restauración de la Universidad –de la Universidad de Oviedo en este caso– según Mella es la restauración de la autarquía universitaria, no su dependencia de las autoridades regionales. Según Mella, la Universidad debe ser independiente. En esto, como en todo, el tribuno asturiano defiende con brillantez los postulados del carlismo de siempre.

Ciertamente Mella defendió «los intereses asturianos siempre», pero no «dende les distintes opciones polítiques nes que participó»; porque siempre estuvo en la misma, el carlismo, es decir, el tradicionalismo político español. La escisión a cuyo frente figuró no era la primera que sufrió el carlismo: en la década de 1880 se había separado un sector integrista, que se llamó Partido Católico Nacional, encabezado por el jovellanista Nocedal. Eran problemas de disciplina, no ideológicos. Problemas que se solucionaron a principios de la década de 1930, con la vuelta de integristas y mellistas a la disciplina de la Comunión Tradicionalista. Vázquez de Mella había muerto en 1929, manifestando, pese a todo, su fidelidad a don Jaime. Su principal discípulo y colaborador, Víctor Pradera, de nuevo en el carlismo oficial, fue asesinado por los nacionalistas vascos en 1936.

Para terminar, referirnos a la frase final del artículo del señor Iglesias: el carlismo es efectivamente el «regionalismo moderno» (y ahí están sus documentos recientes, o las figuras del recordado Jesús Evaristo Casariego, verdadero sucesor de Mella, o actualmente de Efraín Canella y Julio Fonseca), no por «tresformación paulatina y civilizada», sino por su propio origen. Pero ciertamente no es, ni puede ser, «democráticu».

Luis Infante, del Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella, Gijón


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