filosofia asturias
Estanislao Sánchez Calvo
 

José Ignacio Gracia Noriega

Sánchez Calvo en la Universidad

Tuvieron que pasar más de cien años desde su fallecimiento (ocurrido en Avilés, el 22 de mayo de 1895), para que Estanislao Sánchez Calvo entrara en la Universidad de Oviedo por la puerta grande de una tesis de doctorado. Hasta el momento, don Estanislao había merecido las atenciones intermitentes y voluntaristas de diferentes escritores que en algún momento quedaron fascinados por la personalidad del polígrafo avilesino: no me refiero sólo a Clarín y Armando Palacio Valdés, que fueron sus amigos, ni a Españolito, que le prestó tanta atención porque era de Avilés. En épocas más recientes, es decir, en la posguerra, Juan Antonio Cabezas le dedicó un artículo a la vez elogioso y sorprendido, publicado en un boletín erudito, donde le presentaba como un extraño descubrimiento y, al tiempo, como un adelantado de modernísimos avances científicos: de modo que si Jacques Bergier y Louis Pauwels se hubieran ocupado de don Estanislao en lugar de hacerle publicidad al milonguero de Buenos Aires, nos hubiéramos evitado bibliotecas de Babilonia enteras y reiterativas de literatura pedante y ridícula; porque aquel cosmopolita al que me refiero no sólo escribió lo suyo, sino que dio alas a una horda de seguidores que únicamente captaron del maestro la pedantería y la cursilería.

El olvidado Ramón García de Castro y Sánchez Calvo cumplió honestamente, porque era un caballero, con la memoria de su antepasado. Aunque, en los años sesenta, no estaba Asturias para Sánchez Calvo, quien también encontró un valedor absolutamente entusiasta en Juan Cueto Alas, que contagió el «sanchezcalvismo» a unos cuantos, entre ellos a Vidal Peña, y, aunque no está bien que yo me cite, a mí, que dediqué al solitario de Avilés, como le llamaban, tres o cuatro artículos y una «entrevista».

Fuera de estas reivindicaciones ocasionales, Estanislao Sánchez Calvo padeció en su propia tierra, nada digamos fuera de ella, el más negro de los olvidos. No es caso único en Asturias; tengamos en cuenta a Clarín, cuyo olvido de medio siglo largo no obedeció sólo a motivos políticos, como se pretende suponer. Aunque Clarín, en vida, escribía en los periódicos y polemizaba.

Sánchez Calvo también estuvo olvidado cuando vivió; a esto en México le dicen «ningunear». Por ejemplo, en el almanaque de «El Carbayón» correspondiente a 1883, el piadoso Álvarez Amandi publica un artículo sobre «Filósofos asturianos del s. XIX», entre los que incluye al jesuita P. José Cuevas, al agustino P. Joaquín de Jesús Álvarez, al dominico fray Ceferino González y a don Ramón de Campoamor, que, si bien no era fraile, había sido seminarista. Apenas un año más tarde, 1884, publica Sánchez Calvo «El nombre de los dioses», acaso su obra más sugestiva.

Pero nuestro don Estanislao no sólo no era fraile, sino que había sido republicano, y además, como señala Manuel Asur, «La filosofía del solitario de Avilés, dentro del panorama filosófico de la España multisecular, es una rareza». Y encima no tragaba las ruedas de molino de los krausistas, ni era hombre de «sentido común», como Balmes, ni admitía la neoescolástica de fray Ceferino. Era un francotirador, por decirlo de un modo a la moda: un lobo solitario.

Para leer a Sánchez Calvo había que recurrir a las ediciones antiguas, y sus libros, que fueron pocos, estaban catalogados como «raros». En 1991 se reedita la antología «Cuentistas asturianos», de Constantino Suárez, y con ella un cuento de Sánchez Calvo: «La Nochebuena de Perantón». Previamente, Martínez Cachero incluye otro cuento suyo, «Las visiones del maestro Martínez», curiosísimo, en su «Antología de narradores asturianos», 1982.

Pero el plato fuerte de Sánchez Calvo no llega hasta la reedición de la «Filosofía de lo maravilloso positivo», en 1997, con prólogos de Manuel Asur y César García de Castro Valdés. Precisamente es Manuel Asur el autor de la tesis sobre Sánchez Calvo, dirigida por Gustavo Bueno Sánchez. No cabe duda de que Sánchez Calvo va a significar un descubrimiento fabuloso. Esperemos que Asur, también literato, con lo que podrá captar a Sánchez Calvo en todas sus facetas, suponga para el ayer solitario de Avilés y hoy desconocido de toda Asturias, lo que Cachero supuso para Clarín, hace más de treinta años.


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